Recogiendo botellas
De madrugada, con Calamaro susurrando verdades al otro lado del oído, uno siente con intensidad la soledad que le acompaña a uno durante toda su vida. A veces resulta más difícil superar esta individualidad, pero hay cosas que sólo surgen cuando uno está sólo, y por estas experiencias merece la pena encerrar a los demás en una burbuja y soplar, lejos... Todos tenemos nuestro cofre secreto cuya combinación tan sólo nosotros conocemos, ¿no es valioso esto? Guardamos sensaciones, estados y recuerdos color sepia, sin valor fuera de sus dueños. ¿A quién le interesa? ¿Quién las entendería? Y sobre todo, ¿completan algo en sus vidas? No, las mías caducan, las aprecio y pasan como fotogramas de celuloide a la velocidad que yo elijo. Eso queda de nuestras vidas, el reloj caduca cada noche y cada noche se renueva, y nosotros montados en sus manecillas giramos a 400 revoluciones por minuto. La luna turca se esconde, las gaviotas empaquetan y vuelan, nosotros despertamos y volvemos a la vida física, para empezar de nuevo el ciclo, no sea que se quiebre éste y durmamos el sueño eterno. La soledad es un tesoro. Cada uno la lleva dentro, hace falta traducir su lenguaje y hablar con ella el diálogo del silencio que nadie entiende, pero todos traducimos, y algunos escribimos. A ritmo de reggae se disipa este diálogo buscando un cauce para algún loco arquitecto, sabio en descifrar claves de cofres brillantes. Alguno hay.