[Nowhere Station]

| Dialogs from the south of Spain |

lunes, enero 30, 2006

Djembé

Este instrumento es originario de Burkina Fasso y ofrece una curiosa leyenda acerca de cómo 'llegó' a manos de los hombres. Los habitantes de la tribu estaban acostumbrados a escuchar sonidos procedentes de lugares recónditos de la espesa selva, sin averiguar de modo alguno su procedencia. So Dyeu, el temerario jefe de los cazadores, había resuelto averiguar el origen de tan extraños y a la vez atractivos sonidos. Una noche de luna llena, con su lanza y la luz del astro como únicos compañeros, se adentró cauteloso entre la maraña de vegetación y guiado por sus experimentados pies. De este modo, oculto entre sombras, descubrió el origen de tan extraños sonidos: los monos, situados sobre los árboles, golpeaban un artilugio del que era difícil saber su composición y mediante el cual se comunicaban unos con otros, con rítmicos golpes que seguían una cadencia indescifrable. Satisfecho con este descubrimiento, So Dyeu se alejó sin ser descubierto de allí y retornó sobre sus pasos hasta alcanzar de nuevo la aldea. A la mañana siguiente pidió ser atendido por el jefe del pueblo, al que comunicó su hallazgo. Interesado en lo que el jefe de los cazadores le comunicaba, le ofreció desposarse con su hija si a cambio lograba obtener tan deseado objeto. Esa misma noche, So Dyeu se adentró de nuevo por el mismo camino seguido la noche anterior. Angustiado por la idea de no encontrar a los monos en el mismo lugar, su corazón latió de alegría cuando comenzó a oír el desconocido ritual de golpeteos cada vez más cercanos. Ideó colocar una trampa para cazar a cualquier mono portador del djembé. Y efectivamente, tras una paciente espera, en la trampa cayó un miembro de aquella comunidad, al que arrebató su instrumento, y con el que huyó veloz en dirección a la aldea. El rey quedó muy satisfecho con su objeto, y cumplió su promesa entregándole como esposa a su hija. Desde entonces, tras aquella afrenta, los monos se golpean constantemente el pecho para recordar que un día les fue arrebatado su objeto más apreciado.

Las luces de la ciudad

Hoy la ciudad late de otro modo.
Para quien quiera sentirlo,
la noche fluye lentamente sobre una niebla oscura, difusa, inquieta.
Las luces lloran su soledad brillante,
vierten sus secretos sobre el viandante ocasional.
Él no los escucha, y prosigue con paso indiferente.
Las luces miran al cielo buscando una confidencia, un aliado,
y solo la oscuridad responde muda a su peticion.
De nuevo, abajo, sobre el pavimento,
los gatos adelantan sus patas furtivas explorando el modo de prolongar su vida felina,
no necesitan ver para encontrar sus tesoros urbanos.
Tras sus pasos se escapan las esperanzas de las luces,
no pueden gritar su estático terror a la noche,
el panico intenso que les produce su trabajo,
son esqueletos que tratan de huir de su propia figura.
Por las calles sopla un viento que habla de las historias enterradas en el subsuelo,
encerradas tras los muros,
rescoldos de amor, pasión, tristeza, soledad e incomprensión.
Nadie puede escucharlas,
ya nadie duerme los sueños por los que tantos fueron desvelados,
porque nadie puede captar la esencia de tanta vida escondida tras las piedras de casas antiguas,
puertas oxidadas y ventanas bloqueadas por el tiempo constante.
Para quien quiera saberlo,
estas luces descifran el arcano lenguaje de la vida humana.
Donde nosotros solo vemos existencia cotidiana,
ellas ven los sentimientos descarnados que vagan enganchados al viento,
y cuando éste sopla su lamento por las calles de esta ciudad,
la niebla se extiende para proteger a los soñadores de recuerdos que a nadie ya pertenecen.