Cosmic love (1ª parte)
Burbujas opiáceas, que saben a sueño, flotan en el espejo. Yo estoy detrás de él, viendo cómo las pájaros abren galletas de la suerte con sus picos, y consiguen premios que canjean en el puesto del mago de la esquina. A todas las aves les tocan viajes a su tierra prometida. Ojalá pudiera darle alguna de esas galletas a los israelíes, hijos de una tierra sorteada de serpientes. Tras mi espejo, hay una vela, una sóla, encendida, pidiéndome con su único ojo de fuego que la mantenga viva. Me confiesa que no vive por ella, sino que se mantiene encendida por la única hija que le otorgó su difunta esposa. Su hija se llama Esperanza. Miro a mi derecha; veo un yunque; un herrero trabaja en él. Está forjando su propio futuro. Por su cuerpo labrado a martillazos se deslizan invisibles gotas de sudor, que van a parar a los pies de un lago donde los peces flotan, en lugar de nadar bajo su superficie. En él, los nenúfares han encontrado el modo de vivir apaciblemente bajo el amparo de una ostra gigante. Ella cobija a los nenúfares cuando se aproximan las ranas, que tan sólo buscan una terraza para tomar el tibio sol del mediodía. Cuando la ostra cierra su caparazón, la luna aprovecha para coger las maletas y fugarse al cielo. Allí la esperan las estrellas. Todas las noches se reúnen las estrellas y la Luna para leer los mensajes que les envían los enamorados desde la Tierra. Muchos deseos no los entienden porque van cargados de emoción, y las estrellas sólo entienden de gas, polvo estelar y galaxias lejanas. Pero la Luna sí comprende lo que significa sentir, incluso se la ha visto derramar alguna lágrima. ..