Ariadna
Mientras jugamos al poker con nuestras propias reglas, tus cartas vuelan irremediablemente sobre mi mesa. Continuamos enlazados en el mismo hilo que una vez encontramos a través de las ondas, y tras la cortina del anonimato observas el efecto creado. Y por cierto, la cortina no es opaca, Ariadna. Un nombre no sirve si no contiene fragmentos de nosotros, y ya encontré el tuyo, del que puedes desvestirte una y otra vez para volver a penetrar de nuevo en tu laberinto particular. Hago lo que puedo por mí, por mi alma, y en su envés anda cosida la tuya, tu nombre, tus letras, las mías, los posos del café derramado sobre palabras dormidas. Nos veremos al otro lado del País.