Ayer perdí las formas y las maneras
Ayer perdí las formas y las maneras. No es que me importase mucho porque siempre las he visto de reojo, con mirada aviesa, pero las aceptaba por ir siempre muy elegantes. Le dan a uno una apariencia como de frac rodeado de más fracs en salones de mármol. Pero ayer iba dando un paseo por Santa Cruz paseando con mis ideas, y de pronto, una súbita sensación, como una premonición anclada en algún lugar remoto de mi mente, me hizo girarme. Ahí supe, intuí, noté (vaya usted a saber cuál es el verbo que se usa cuando se pierden estos dos elementos) que se habían extraviado en algún recodo de esas calles de Dédalo. No pasó nada maravilloso, no me sentí sólo ni cojo ni nada parecido. Como cuando se extravía algo que estás tan acostumbrado a llevar que su desaparición es el único hecho que te hace reparar de nuevo en él, en su ausencia o inutilidad. Desde entonces ya no me gustan tanto los fracs. Y me siento muy bien.