Los latidos del reloj
Estoy alojado en un hotel donde los minutos pasan corriendo, donde los relojes dan sus horas con la velocidad de un verano adolescente, y sus ruinas hablan de tiempos pasados que darían la eternidad por seguir viviendo en un suspiro. En este hotel todo el mundo camina rápido, y bajan sus miradas para no encontrarse con el desprecio que sus semejantes les profesan, para no sentir que el silencio que ahoga sus almas ya vacías puede ser más ensordecedor que el torrente más impetuoso. Me siento en el vestíbulo porque no quiero ser estorbo en su porte decidido, y los veo pasar. Quizá piensan que sus pasos dirigidos hacia un lugar concreto son puro reflejo de las metas que un día se prometieron cumplir, pero los años, el olvido y el viento cálido de la madurez han borrado una senda tan bien trazada que ya se perdieron en sus propios desiertos, y su brújula ya sólo señala carreteras cortadas. Tal vez ahí esté la esencia de la inocencia corrompida por las arrugas y la ambición, la estricta vara que mide a todos los proyectos humanos de futuro por una altura que no les corresponde. Las hiedras también pueden crecer enhiestas sin necesidad de guía que trace su caprichosa distribución, y del mismo modo estas personas grises (¿por qué las personas así nos parecen grises?) que habitan este hotel pudieron haber crecido sin necesidad de inyectarles la hormona del crecimiento acelerado, que les ha convertido en personas diseñadas para ser la cómida rápida de su vida cotidiana, y sus números de serie bordados en sus corbatas de marca señalan el momento en que serán arrojados uno tras otro en la aplastante agonía de su exigente sociedad, con la talla de gigantes triunfales en su faceta exterior, pero bufones de corte en su lado mas íntimo, más humano. Mientras, los relojes de pared siguen su frenético ritmo...
Este hotel no es para mí, estoy convencido. Me levanto de los mullidos sillones del vestíbulo y observo cómo mi reloj de pulsera marca las horas con el compás de los latidos de mi corazón. Aún sigo vivo, y doy gracias al "Jefe" por seguir siendo un enano que busca poder crecer con su propio esfuerzo, con el que proviene de dentro, no con la guía tan amable y cómoda que nos ofrecen gustosas tantas y tantas personas grises. A veces me miro en el espejo y observo aterrado cómo mis ojos, o mi lengua, o mi sonrisa, han perdido el brillo que ayer tenían, y que finas arrugas de un color gris pálido se han extendido por mi rostro. Entonces, precisamente por ese miedo a ser el bufón de mi propia existencia, me he frotado con fuerza para recuperar esa parte de mí más débil que sucumbe a la tentación de alojarme en esta sociedad tan vacía y enferma de esperanzas vanas. Me he prometido no olvidar mis ilusiones y tener mi maleta lista para irme mirando al sol. Sé que no estoy solo, porque sé que muchos de vosotros también sueña con romper su cascarón y quebrar el mundo para que pueda renacer lo que todavía no está muerto.
Este hotel no es para mí, estoy convencido. Me levanto de los mullidos sillones del vestíbulo y observo cómo mi reloj de pulsera marca las horas con el compás de los latidos de mi corazón. Aún sigo vivo, y doy gracias al "Jefe" por seguir siendo un enano que busca poder crecer con su propio esfuerzo, con el que proviene de dentro, no con la guía tan amable y cómoda que nos ofrecen gustosas tantas y tantas personas grises. A veces me miro en el espejo y observo aterrado cómo mis ojos, o mi lengua, o mi sonrisa, han perdido el brillo que ayer tenían, y que finas arrugas de un color gris pálido se han extendido por mi rostro. Entonces, precisamente por ese miedo a ser el bufón de mi propia existencia, me he frotado con fuerza para recuperar esa parte de mí más débil que sucumbe a la tentación de alojarme en esta sociedad tan vacía y enferma de esperanzas vanas. Me he prometido no olvidar mis ilusiones y tener mi maleta lista para irme mirando al sol. Sé que no estoy solo, porque sé que muchos de vosotros también sueña con romper su cascarón y quebrar el mundo para que pueda renacer lo que todavía no está muerto.
3 Comments:
At 10:31 a. m., Anónimo said…
Soy la primera?...puf, eso no me gusta nada (espero que esto llegue a algún sitio!).
Confieso que he aterrizado aquí con la guía de tu hermano :-).
Y qué tengo que decir?
Primero (olvida el orden), enhorabuena! (aunque esto me parece que no importa mucho).
Segundo, gracias por definir tan? (no encuentro el adjetivo)?lo único que sé(creo saber) escribir.
Tercero, me apunto a ser no-gris aunque ya se me vea alguna arruga.
Habría un cuarto y más, pero mejor lo breve ;-).
Y si tengo que elegir, me quedo con el primero y el último (una que es extremista).
At 11:24 a. m., Ivanof said…
Como por ahora este blog no aparece en Google, tenías que llegar aquí por el boca a boca, y, ¿quién mejor que un hermano para hacer gran publicidad, incluso exagerada (gracias, brother)? Bueno, te agradezco mucho haber sido la primera, tiene mérito atreverse a hacerlo .Yo pensé algo parecido: ¿lo leerá alguien?(tal vez debería haber escrito yo el primer comentario;) ). Me alegro que al menos algo te haya llamado aunque no sepas qué ni cómo (yo tampoco encuentro el adjetivo!), y sobre todo ese pseudorrelato-reflexión.
Y en fin, tanto si vas a convertirla en tu página de inicio cómo si la vas a borrar del historial, te diré que habrá nuevas rarezas en breves, tantas como me permita el magín, y aún así no serán todas. Que sea una no-gris la primera en opinar no se me olvida...
Saludos!
At 8:59 a. m., Anónimo said…
Y entre cada palabra y sílaba pronunciada, caerán silenciosas las alas del olvido donde no habitó nunca; donde ya todo parecía infinitamente doloroso. Porque en cada palabra pronunciada encontramos que nos hayamos en algún lugar hermosamente intransitable y la poesía nos regala unas alas lo suficientemente anchas como para sobrevolar las cabezas de los sabios. Después queda alguna coma olvidada en el paraiso de las "multiplicaciones", y el maestro nos grita frases indescifrables que nunca hemos tratado de escribir. Y podemos caminar sin rumbo, sin camino y sin pies que pisen el alquitrán de luto. Dejamos horas de risa y un escondite que olvidamos jugar. En fin..., ya ves, nada del otro mundo, solo poesía; o cada uno de los órganos vitales que me sostienen. El mar, demasiado atrás: se me olvida el color de las olas y el sabor del arena que rechina. Atardeceres bañados en lágrimas de niña triste y perdidas de inquitud entre las estrellas. La cara oculta de la noche y el primer beso de un niño. Sólo poesía. Más tarde algún viaje y algo de amor. Entonces surge la destrucción ("el mundanal ruido"). El abismo de las palabras no pronunciadas, de los poemas no escritos. Allá el vientre de plastilina contenía vida. Acá, la voz deseosa perdía ritmo... No más lágrimas, no más sueños.
Gracias, por los atisbos de sensibilidad que aún hoy pueden respirarse, incluso por internet. Siempre es maravilloso toparse de repente con un puñado de palabras auténticas. Gracias y SALUD!!!
sarasara
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